domingo, 24 de marzo de 2013

San Martín en Mendoza (II)

Concluimos con estos aportes el artículo dedicado a enumerar la tarea de planeamiento estrictamente militar que debió desarrollar el Gral. San Martín en Mendoza al tiempo que desempeñaba sus tareas de Intendente Gobernador de Cuyo. Toda la serie de hilos invisibles y evidentes que debió urdir para concertar y concentrar toda la energía necesaria que llevara a buen destino su arte de estratego.
Eduardo Paganini

Tte. Cnel. Carlos Monti (RE)

VI-El Ejército de Los Andes
El Ejército de Los Andes fue el fiel retrato de quien más que organizarlo le infundió vida. Por eso comenzaremos exponiendo su organización con una muy breve consideración a su genial conductor.

San Martín
Un historiador, Gervinus, dijo de él: “…era alto, de animada y seria conversación; de lenguaje sencillo y claro, exento de frialdad; de rostro pálido y ojos vivos y penetrantes que no dejaban adivinar lo que pasaba en su alma impenetrable. Unos experimentaban de tal manera la superioridad de su inteligencia que desconfiaban de él y es verdad, que con su sagacidad y rapidez para juzgar de todo, sabía exhibir hábilmente todos los talentos que poseía”. Uno de sus más grandes historiógrafos, el general Bartolomé Mitre, dijo: “No obraba por inspiración, sino por cálculo; cuando quería una cosa, sabía cómo la quería y por eso se ha dicho que no era un hombre sino una misión; no una persona, sino un sistema. Todo era en él huesos y músculos, revestidos de poca carne, de que se desprendían más pasiones que ideales y cuyo gobierno residía en su temperamento, más que en su cerebro. El mismo había formulado por instinto, en los considerandos de un bando, la teoría que la filosofía ha consagrado como una verdad moral demostrada, “que el primer interés de la vida es vivir, individual o colectivamente, y éste es el único bien de los mortales y a él debe sacrificarse todo, porque sin ella todo perece y sólo así se triunfa de la muerte”.
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Agrega el mismo Mitre: “...era un modelo de orden y disciplina, que daba el ejemplo de labor perseverante y de moral en acción. Llevaba una vida más que modesta, austera, sin ningún boato exterior ni ostentación...”
“Vestía el sencillo uniforme de granaderos a caballo, apenas realzado por un vivo encarnado, con botas de montar y el típico sombrero de hule con una escarapela argentina tomada por una presilla de oro.” Se levantaba muy temprano y desayunaba con mate que él mismo se cebaba o con café. Empleaba la mañana en su despacho. Su secretario, un joven oficial de su ejército contestaba la correspondencia, escribiendo él mismo la que era reservada.

En su agenda de un día cualquiera hay, anotados de su puño y letra, 96 asuntos a tratar o a resolver o disponer, de la más diversa índole: “Domingo Macías poner en caja 50 pesos de multa dentro de 3 días por robar un poncho; vive en casa de Petrona Cepeda en la plaza nueva”; “Melián comandante de Granaderos”. A mediodía almorzaba, a veces de pie, puchero o asado, 2 copas de vino y dulce mendocino, en invierno daba un corto paseo fumando un cigarrillo de tabaco negro y volvía a la tarea. En verano, sesteaba 2 horas sobre un cuero en un corredor de su casa y volvía a trabajar por la tarde en inspecciones de establecimientos públicos. De noche recibía visitas y a las diez tomaba una ligera comida. Luego se acostaba o trabajaba, algunas veces toda la noche. Dice Mitre: “su gobierno, en Cuyo se parece un poco al de Sancho Panza en la ínsula Barataria, que sentenciaba con su buen sentido”. Conocidas son sus anécdotas con el centinela que no le permitió entrar al polvorín por no haberse colocado ropa apropiada; con el oficial que pidió audiencia para hablar con el ciudadano José de San Martín a quien confió haber dispuesto de algún dinero de la caja de su cuerpo; con la chacarera que “por haber hablado contra la patria”, fue penada debiendo entregar 10 docenas de zapallos para el rancho de tropa, etc. Para probar el temple de sus oficiales los hizo lidiar en una corrida de toros, diciendo a O’Higgins que estaba a su lado: “Estos son los locos que necesitamos para derrotar a los españoles”.

Ante la crítica de sus enemigos decía que se zambullía como Diógenes en una tinaja de filosofía porque “todo es necesario que sufra el hombre público para que esta nave llegue a puerto”. Cuando recibió su despacho de coronel mayor (general de brigada) contestó agradeciendo: “Debo protestar, como lo hago, que jamás recibiré otra graduación mayor y que liberado el estado de la dominación española, dejaré mi empleo para retirarme a pasar mis enfermos días en el retiro”.

El Ejército
Su organización fue posible gracias a las distintas medidas que adoptó su gobernador, encaminadas a mejorar la economía de Cuyo y a preparar la estructura económico, político, social, para afrontar el esfuerzo extraordinario que debía realizar y que puede concretarse en aspectos tales como el fomento de la agricultura y la ganadería y el desarrollo de algunas industrias de paños, pólvoras, armas, monturas, etc. Para obtener fondos disminuyó sueldos, estableció impuestos, confiscó bienes de americanos y europeos enemigos de la revolución y estableció aportes voluntarios, llegando a exigir la donación de una fanega de maíz para sembrar una chacra, destinada al sostén de las tropas. Cuando no pudo obtener dinero, obtuvo trabajo que aplicó a diversas actividades, tales como confección de uniformes, confección y tintura de telas o laboreo de huertas.

Para incorporar personal, estableció una especie de servicio militar obligatorio, para todos aquellos que no quisieran voluntariamente presentarse. Excluyó a los hijos únicos de madre viuda o de padres sexagenarios, a los que mantenían hermanas huérfanas, a los impedidos físicamente y los que habían sido alcaldes, jueces o regidores. Estas excepciones no regían para los cuerpos cívicos, pues sus componentes realizaban sus ejercicios los días de fiesta, (los cívicos eran como una última reserva que en época en que no se desarrollaban operaciones servían para servicios de seguridad en refuerzo de la policía).
En Cuyo obtuvo 2300 hombres y el gobierno de Buenos Aires le envió los cuadros y personal de los escuadrones 1, 2, 3 y 4 de Granaderos a Caballo y de los Batallones 7 y 8. Al Ejército de Los Andes no incorporó a los emigrados chilenos partidarios de los Carrera: “No quiero emplear a esos soldados que sirven mejor a su caudillo que a su patria” y en cambio aceptó a los partidarios de O’Higgins, Freyre (30 años), Mackenna, Alcázar, etc.

Una carta de Pueyrredón (40 años) del 2 de noviembre de 1816 dice: “A más de las 4.000 frazadas remitidas de Córdoba, van ahora 500 ponchos, únicos que se han podido encontrar; están con repetición liberadas órdenes a Córdoba para que se compren los que faltan al completo, liberándose costos contra estas cajas”.
“Está dada la orden para que se le remitan las 1.000 arrobas de charqui que me pide para mediados de diciembre: se hará”. “Van los despachos de oficiales”. “Van todos los vestuarios pedidos y muchas más camisas”. “Si por casualidad faltasen en Córdoba las frazadas toque el arbitrio de un donativo de frazadas, ponchos o mantas viejas de ese vecindario y el de San Juan; no hay casa que no pueda desprenderse sin perjuicio de una manta vieja: es menester pordiosear cuando no queda otro remedio”. “Van 400 recados”. “Van hoy, por el correo, en un cajoncito, los 2 únicos clarines que se han encontrado”. “En enero se le remitirán 1387 arrobas de charqui”.

“El Secretario de hacienda, Obligado, era un pobre hombre que no sabía más que decir que no a todo indistintamente, lo tengo separado con licencia y ese ramo va mejorando con el oficial mayor, pero es necesario un secretario y no lo encuentro”. “Van los 2000 sables de repuesto que me pide”. “Van 200 tiendas de campaña o pabellones y no hay más”. “Va el mundo”. “Va el demonio”. “Va la carne”.
“Y no sé cómo me irá con las trampas en que me quedo para pagarlo todo. A bien que, en quebrando chancelo(1) cuentas con todos y me voy yo también para que me dé Vd. algo del charqui que le mando”.
“Carajo! No me vuelva Vd. a pedir más si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado de un tirante de la fortaleza”.

Otra carta de Pueyrredón del 2 de septiembre de 1816: “...Son las once y media de hoy 19 de septiembre y acaba de llegar la última comunicación de Vd. del 21 de agosto con el estado de todo lo que falta a ese ejército. He hecho detener la salida del correo ordinario hasta mañana, para contestar a Vd. oficialmente, porque hoy es domingo y sólo yo trabajo, porque soy el indigno más desgraciado del Estado, no tengo lugar ni aun para respirar...” “Va Beruti de sub-inspector y Soler de Mayor general, uno y otro lo han solicitado...” “Hoy sale Alvarado y Necochea le seguirá pronto”.
Cartas como éstas no necesitan comentario.

Cuando se puso en marcha, el Ejército de Los Andes estaba constituido por:
Cuartel general:
Comandante: general José de San Martín (39 años).
Comandante del cuartel general: general Bernardo O’Higgins (41 años).
Secretario de guerra: teniente coronel Ignacio Zenteno.
Secretario particular: capitán Salvador Iglesias.
Auditor de guerra: Dr. Bernardo de Vera.
Capellán: Dr. José Guiraldez.
Edecanes del comandante: capitán Hilarión de la Quintana, sargento mayor Álvarez Condarco (36 años), teniente coronel Diego Paroissien.
Ayudantes: Capitán Juan O’Brien (30 años), sargento mayor Manuel Acosta.
Ayudantes del general O’Higgins: capitán José de la Cruz, Ayudante Domingo Urrutia.
Estado mayor:
Jefe: brigadier Estanislao Soler (34 años).
Cuartel maestre: brigadier Antonio González Balcarce (43 años).
Segundo jefe: coronel Antonio Beruti (45 años).
Jefe del departamento de ingenieros: mayor Antonio Arcos (español).
Comandante general de artillería: mayor Pedro Regalado de la Plaza.
Comisario de guerra: Juan Gregorio Lemos (52 años).
Jefe de maestranza: Fray Luis Beltrán (32 años).
Comandante general de armas: mayor Manuel Corvalán.
Batallón 1 de cazadores: 594 hombres. Jefe: teniente coronel Alvarado (25 años).
Batallón 7 de infantería: 802 hombres. Jefe: teniente coronel Conde (31 años). 2do.: mayor Correa.
Batallón 8 de infantería: 814 hombres. Jefe: teniente coronel Crámer (24 años), nacido en París. 2do.: mayor Nazar.
Batallón 11 de infantería: 718 hombres. Jefe: coronel Las Heras (37 años). 2do.: mayor Deheza.
Regimiento de granaderos a caballo:
801 hombres. Jefe: coronel Matías Zapiola (37 años).
2º jefe y jefe del 2º escuadrón: mayor Manuel Medina (27 años).
Jefe de escuadrón escolta: comandante Mariano Necochea (26 años).
Jefe del 3er. escuadrón: comandante José Melián (32 años).
Jefe del 4to. escuadrón: capitán Manuel Escalada (21 años, hermano de Remedios).
Jefe del ler. escuadrón: capitán Nicasio Ramallo (23 años).
Batallón de artillería:
258 hombres y 18 piezas de distintos calibres.
Milicianos:
1.200 hombres encargados de los bagajes y servicios de retaguardia. El personal marchó todo en mula, llevando la caballería sus animales de tiro para conservarlos y emplearlos en la batalla.
En total se usaron 9281 mulas (murieron más de 6000) y se transportaron 900.000 cartuchos de fusil, ajos y cebollas para combatir la puna, aguardiente y vino para el frío y víveres para 20 días. Se emplearon en total 2.700 caballos y se llevaron 18.000 pares de herraduras.
El servicio de sanidad:
Organizado bajo la dirección del Dr. Diego Paroissien, estableció un hospital fijo en Mendoza, un hospital volante acompañó a la columna principal y un botiquín marchó con la columna auxiliar de Las Heras. Contó con un cirujano de primera, un ayudante y 4 practicantes; en total 47 personas con 75 cargas. Poner fin a este capítulo sin decir nada sobre Fray Luis Beltrán, no sería justo, porque fue uno de los artífices de la victoria y con su inteligencia, su tesón y su habilidad, hizo como lo dijo: “¡Quiere alas para los cañones! ¡pues bien! las tendrá”. Franciscano, natural de Mendoza, hijo de francés, había profesado muy joven en el convento de Santiago de Chile. Cuando estalló la revolución en Chile tomó parte en ella, se hizo artillero y participó en todas las campañas militares.
Después de Rancagua regresó a su patria con un bagaje de conocimientos notables por su diversidad y por haberlos adquirido por la observación o sólo por lecturas. Así era matemático, físico y químico, artillero, relojero, pirotécnico, carpintero, arquitecto, herrero, dibujante, cordonero y hasta médico por observación.
De poca común habilidad manual, lo que no sabía lo aprendía con sólo aplicar sus extraordinarias dotes naturales. Fue el forjador de las armas de la Patria en el taller donde 300 hombres construían cureñas, cartuchos, caramañolas, mochilas, monturas, zapatos, herraduras, bayonetas, cañones, balas, granadas, mixtos de guerra, máquinas de su invención, para transportar materiales en la cordillera y para bajar campanas de los campanarios, que fundidas se transformaban en preciosos materiales de guerra, etc.
Fue el Arquímedes del Ejército de Los Andes y entre tanto ruido su voz se extinguió, al esforzarla, quedando ronco para el resto de su vida.
En 1816 se le otorgó el título de teniente de artillería con 125 pesos de sueldo mensual.

VII-La guerra de zapa
Así llamó San Martín, a la actividad que desarrolló con el propósito de obtener información del enemigo, de engañarlo y desorientarlo respecto del lugar por donde invadiría con la masa de las fuerzas y de evitar que obtuviera información de las actividades patriotas.
Después de Rancagua los realistas dominaban Chile donde contaban con 5.000 hombres bien instruidos, organizados y equipados. Entonces Osorio proyectó invadir Cuyo, en combinación con las operaciones que Pezuela realizaría contra la frontera N. de las Provincias Unidas.
San Martín que contaba con muy precarios medios para la defensa, comprendió que al abrirse los pasos de la cordillera quedaría a merced del enemigo. En tal circunstancia y con autorización del gobierno, abrió negociaciones con Osorio, proponiéndole realizar esfuerzos en procura de la paz y establecer negociaciones comerciales, albergando, según decía al general español, “las más lisonjeras esperanzas de que todo concluiría en armonía”.
La simulación diplomática dio sus frutos.

Osorio perdió tiempo para la preparación de la invasión y cumplió la orden del virrey Abascal de enviar 1.500 hombres como refuerzo al ejército del Alto Perú.
Cuando esto ocurrió, San Martín hizo correr la voz de que se proponía invadir Chile, lo que indujo a Osorio, ahora sin medios tan poderosos, a prevenirse contra el simulado peligro, reduciéndose a una estricta defensiva.
San Martin promovió con todo éxito la insurrección de la población chilena, lo que significó crear, a las autoridades españolas, el problema del mantenimiento del orden con la consiguiente dispersión de fuerzas y asegurar la más amplia cooperación del pueblo, con el Ejército de Los Andes, no bien franqueara la cordillera.
Los emisarios patriotas recorrían el territorio predisponiendo los ánimos contra los realistas, anunciando que un poderoso ejército se formaba en Mendoza para liberar pronto a Chile; recogían información sobre las fuerzas realistas, los lugares donde se hallaban, sus movimientos, instrucción, armamento, etc. Como resultado de ello, todo el país, esperaba ver de un momento a otro a sus libertadores franquear la cordillera para unírseles con armas y caballos. El nombre de San Martín era popular en todo Chile y bastaba presentar su firma o pronunciar su nombre, para que los agentes obtuvieran los auxilios que necesitaban.
El servicio destinado a obtener informaciones y a propalar versiones falsas fue metódicamente organizado; tenía su estado mayor en la capital, donde había sobornado a un escribiente de la secretaría de Marcó y cada agente tenía un distrito señalado, entendiéndose todos directamente con San Martín. A toda hora del día o de la noche el chasque encontraba caballos listos en las postas, teniendo su santo y seña, sus itinerarios, sus escondites y puntos de reunión determinados de antemano.
Muchos de los agentes que integraban la red de espías que San Martín tuvo a su servicio, fueron introducidos en Chile con estratagemas que no sólo los ponía a cubierto de la persecución de las autoridades sino que les granjeaba su confianza.

Aprovechando que sus desavenencias con los Carrera eran de pública notoriedad, se puso de acuerdo con emigrados chilenos para que manifestasen deseos de regresar a su país quejosos de las persecuciones de que eran víctimas y cuyos padecimientos llegaron en ocasiones a oídos de Osorio.
En seguida desterró a dichos emigrados y los confinó a San Luis, bajo vigilancia policial. Luego aquellos fugaron a Chile, siendo perseguidos empeñosamente, aunque por caminos distintos de los que llevaban.
Cuando se acercaba la iniciación de la campaña, la guerra de zapa fue encaminada a hacer creer al enemigo que la invasión se realizaría por los pasos del Portillo y del Planchón. A tal fin es muy conocido el parlamento que tuvo en el fortín de San Carlos con los indios pehuenches, quienes acordaron dejar pasar por sus dominios a las fuerzas patriotas y auxiliares con ganado, comprometiéndose a tomar parte activa en las operaciones militares. La indiscreción de los indios, muy conocida por San Martín, le permitió hacer que llegara a oídos de Marcó, con el grado de convicción necesario, la información que le interesaba. Al mismo tiempo, obró de tal manera que, correspondencia dirigida por él al guerrillero chileno Manuel Rodríguez, cayó en manos del capitán general chileno. En la correspondencia, le ordenaba la reunión de 1.000 caballos en inmediaciones de Quechereguas (200 Km.aI S. de Santiago) y de ganado vacuno en las quebradas de la cordillera para diciembre de 1816, recomendándole prevenir a los amigos de Talca, San Fernando y Chillán para que se le reunieran cuando él invadiese.

Con el propósito de inducir aún en mayor error a Marcó, ordenó guerrillas en el S. de Chile e hizo llegar, por comunicaciones de españoles reconocidos por su devoción a la causa de la corona, la noticia de que una escuadra patriota se aprestaba a partir de Buenos Aires, el 15 de octubre, con destino desconocido.
El resultado perseguido se consiguió plenamente: Marcó desparramó fuerzas por todo el S. de Chile y fortificó los 3 puertos de esa zona: Talcahuano, San Antonio y Valparaíso. Hubo algunos casos de personas que se prestaron a servir los planes del Gobernador de Cuyo que fueron extraordinarios. Pedro Vargas, hombre silencioso, a quien se tenía por indiferente, fue instado a convertirse en acérrimo realista. Encarcelado, engrillado y obligado a pagar fuertes contribuciones, amenazado de divorcio, pues su mujer era una decidida patriota, pasó por víctima de la causa del rey.

De este modo introdujo una persona de su confianza en el servicio informativo de Marcó. Después de la reconquista de Chile, San Martin dio a Vargas una reparación solemne por el doloroso sacrificio que había aceptado, reintegrándolo en su honor y fama de buen patriota y lo declaró digno de la gratitud pública.
En oportunidades distintas hizo llegar noticias de cargas despachadas hacia Planchón y hasta indicó la fecha de la invasión, pero en dirección equivocada.

Algunos de sus eficaces colaboradores en esta actividad fueron: Juan Pablo Ramírez (Antonio Astete); Antonio Merino (El Americano); Manuel Rodríguez (El español, Chancaca, El Alemán, Chispa) que fue el jefe de la insurrección popular que precedió a la reconquista; Francisco Salas y Francisco Villota que atacaron a fines de 1816 a localidad de Curicó con personal de sus haciendas. Juan Traslaviñas, José Salinas maestro de escuela y Manuel Navarro que murieron en la horca “para escarmiento de rebeldes” y muchos otros, que hicieron el sacrificio de sus vidas sin que nadie se enterara de ello, héroes anónimos, cuyo magnífico holocausto no recogió la historia, pero cuyos espíritus, junto con los de los manes de la libertad de América del Sur, reciben el agradecimiento de las generaciones de hoy y continuarán recibiéndolo de las futuras por los siglos de los siglos.


(1)¿ Errata por “cancelo”?


Campaña de los Andes , Laboratorios Dr. Gador. Buenos Aires, ap 1975. 3 fascículos.

Baulero: Eduardo Paganini

La Quinta Pata

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