Agustín Sur
Ese 30 de octubre del 1982, el pueblo argentino ganó las calles en todo el país, pero especialmente en Mendoza, respondiendo a la convocatoria de la CGT por paz, pan y trabajo. Fue otro hito de la rebeldía popular menduca, esta vez contra la feroz dictadura, aunque en decadencia ya, tratando de resolver sus problemas con la represión. El país todo estaba envuelto en las tinieblas de un régimen genocida e insolvente para resolver los agudos problemas socio-económicos que le imponía el poder real del mercado y sus mentores, la oligarquía vacuna en alianza con el imperialismo yanqui, mejor dicho, vocera y ejecutora de un plan de destrucción de la vitalidad de la Argentina. Lo mismo ocurría en gran parte de Latinoamérica y otros pueblos oprimidos por la todavía vigencia a pleno de la colonización imperialista.
Ese día fue otra jornada épica protagonizada por el pueblo mendocino. Ganadas las calles a partir de las 3:00 de la tarde, la Avenida San Martín desde Pedro Molina receptaba columnas que venían de Godoy Cruz, desde el sur, y de Las Heras, por el norte, como asimismo de Guaymallén, desde la terminal de ómnibus, donde los manifestantes eran detenidos por la policía con el intento, vano indudablemente, de que la gente no llegara al lugar neurálgico, que era el centro de la ciudad.
La CGT mendocina se había sumado a la convocatoria, y desde su local, en calle 25 de Mayo, salió una columna que se dirigía, por calle Mitre hacia Pedro Molina para después ganar San Martín. Por su parte, los organismos de derechos humanos se habían sumado a la protesta, aunque más que nada era una exigencia de paz, pan y trabajo. Y seguramente que la dictadura lo visualizó así, es decir como exigencia la que conllevaba - era evidente - a la conclusión de que fundamentalmente era una verdadera rebeldía contra la dictadura militar, y que gran parte de la población rompía con los designios del régimen y su implementación en clave de terrorismo. A ese momento de 1982, ya se tenía plena conciencia de la esencia genocida, y se conocía el saldo de asesinados, ejecutados, y de los secuestros de personas y su desaparición. Ya se contabilizaban por miles y miles las víctimas, y este genocidio había trascendido las fronteras. Tanto la Organización de los Estados Americanos (OEA) como las Naciones Unidas, es decir todo el mundo, tenía comprobadas pruebas de lo que estaba ocurriendo en la Argentina, lo que no era una excepción en Latinoamérica, pero era sí lo más emblemático por la masividad de los crímenes de la dictadura, los métodos deleznables para destruir a la víctima física y psíquicamente.
Benedicto Ortiz, víctima de la represión
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