domingo, 21 de abril de 2013

El gueto de Varsovia, la solución final

Ramón Ábalo

En este 70° aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia, cuya recordación aquí en Mendoza se llevó a cabo la noche de viernes en el Centro Cultural Israelita, fue inevitable, por parte de los panelistas comparar y aproximar la realidad vivida durante la dictadura genocida argentina, en cuanto a la metodología de exterminio, con aquel suceso conmovedor. En el panel estuvieron el doctor Daniel Rafecas, abogado y juez que interviene en las causas de Campo de Mayo por delitos de lesa humanidad, y autor del libro "La historia de la solución final", una indagación de las etapas que llevaron al exterminio de los judíos europeos; Marcelo Stern, miembro del instituto de derechos humanos de la UNCuyo; y Mario Roitman, miembro de la comisión directiva de la institución.

Hubo coincidencia en afirmar similitudes con lo que los nazis llamaron "la solución final", es decir el método de exterminio físico a la despersonalización por intermedio del terror de la tortura y la humillación. En los campos de concentración en la Argentina se puso en marcha esa "solución final" del exterminio físico y psicológico. En el caso nazi, el exterminio respondía a la concepción ideológica, la superioridad racial - ellos, los arios - y la inferioridad de la del judío, por lo tanto excluyente del concepto humano, incluso ético, porque el judío era un ser mísero de cuerpo y alma. Por lo tanto, el judío era el enemigo de esa superioridad racial, física, intelectual. Y lo estratégico era el exterminio, la solución final. Para los genocidas argentinos, ese enemigo, vituperable, enemigo del "ser nacional", una entelequia de la identidad nacional en el marco de las virtudes de "dios, patria y hogar", era el subversivo, su familia, sus amigos, su entorno político, sindical y social, por lo que la "solución final" era el exterminio de unos y otros.

Ese plan para el exterminio del pueblo judío era sencillo: primero establecer guetos para vigilarlo y luego enviarlos a los campo de concentración y muerte. Uno de los más importantes fue el de Varsovia, que se conformó en 1940, con una población que llegó a ser de unos 6.000 judíos, niños, jóvenes, mayores y ancianos, hombres y mujeres, hacinados en una mínima superficie, permanentemente hostigados, impedidos de desplazarse fuera de los límites trazados, siempre acosados, maltratados, faltos de alimentos, salud. Asesinados.
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Los sufrimientos y la degradación física a que fueron sometidos como único destino presente y futuro, por el contrario, potenció la fortaleza moral colectiva, y casi con los últimos hálitos, se dieron a la tarea de organización, no tanto para resistir como para reiterar la épica de la rebeldía, esencia de la condición humana y libertaria. Y se convirtieron en partisanos en la Organización Combatientes Judíos (Z.O.B), y en la Organización de Milicias Judías (Z.Z.W.).

Como homenaje a estos héroes compartimos el siguiente poema de Hirsh Glik:

Canción de los partisanos

Nunca digas: Esta senda es la final
Cielo plomizo al cielo azul para ocultar
Nuestra hora tan ansiada llegará
Resonará con nuestro paso: henos acá

Desde las nieves hasta el verde palmeral
Estamos con nuestro dolor, nuestro pesar
Y donde nuestra sangre salpicó
Brotará allí el heroísmo y el valor

El sol que llegue hoy al presente dorará
Con el ayer nuestro verdugo se hundirá
Y si demora el alba en aflorar el sol
Sea consigna para siempre esta canción

Escrito fue con sangre y plomo este cantar
No es un dulce canto de ave en libertad
Tiene un pueblo que entre ruinas y el dolor
Con las armas en las manos lo cantó

Pues nunca digas: esta senda es la final
Cielo plomizo al cielo azul puede ocultar
Nuestra hora tan ansiada llegará
Resonará con nuestro paso: henos acá

La Quinta Pata

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