Ramón Ábalo
Nos hemos preguntado más de una vez ante los represores sentados ante el tribunal que los juzga, aquí en Mendoza, en la República Argentina, con todas las garantías de la ley, para ellos, como genocidas, cómo sería una radiografía ideal de su conciencia para entender cómo es que se convirtieron en asesinos seriales de los argentinos mediantes los crímenes más atroces, incluso de jóvenes, de hombres y mujeres, de trabajadores, intelectuales, estudiantes, profesionales, empresarios, incluso de bebés. No encontraríamos una sola pizca de identidad con lo que consideramos humano. Hasta nos resistimos a considerarlos con alguna identidad animal, como de fieras por una simple consideración de respeto a dicha especie.
La muerte de quien fuera cabeza del genocidio, Jorge Rafael Videla, nos puso a todos los argentinos, con las excepciones correspondientes, para encontrar el/los adjetivos adecuados a nuestro sentimiento primero. A muchos de los militantes de los organismos de derechos humanos primero fue la bronca -nunca un ánimo de satisfacción, menos de alegría - porque moría sin haber sido condenado con todas las de la ley que merecía. La vejez, la decadencia del cuerpo, le dio una porción más de impunidad. Y más bronca todavía, porque no dijo una sola palabra ante la justicia sobre qué había sido de las víctimas secuestradas, qué fue de los más de 30.000 desaparecidos a manos del terrorismo de estado que desataron sin límite alguno. Criminales de lesa humanidad, se van amarrados por la muerte a la que siempre estuvieron amarrados. Esa muerte.
Y claro, no faltó la disonancia con rasgo pretendidamente humano. El cinismo del De la Sota, actual gobernador de la provincia de Córdoba, pidiendo que desde de la institucionalidad se promueva "un baño de reconciliación", una señal ética, afirma, para que la sociedad argentina transite por un camino de paz, suponiendo que la justicia a la que se ven sometidos los genocidas es una especie de venganza de una porción de pueblo que también es culpable. Es decir los asesinados, bien asesinados han sido, las vejaciones, torturas, violaciones sexuales, secuestros y desapariciones, bien lo han sido. Y no están siendo juzgados. Entonces, mejor miremos para el otro costado, el del olvido, el del perdón. Un perdón de ida y vuelta, y entonces el abrazo fraterno.
No es torpeza la del De la Sota. Constituye la visión ideológica de los poderosos, de la que se constituye en vocero y dispuesto en lo político, en el ámbito en que tiene poder de decisión, a ser mandadero y ejecutor de lo que se le dicte de las usinas donde se trama el destino del universo. Y no está solo y es señal de las embestidas que se dan y se planifican para terminar con las conquistas de una identidad real de que como argentinos, como latinoamericanos, estamos logrando.
Hoy los argentinos conmemoramos el 203 aniversario de la Revolución de Mayo, aquella del 1810. Y también el décimo de la asunción de quien dio el empuje desde su encumbramiento a la primera magistratura en este país, para que todos los habitantes, sin exclusión alguna, a sentirnos que dábamos pasos para cumplir, en el corto plazo, con la construcción de nuestra propia soberanía popular, nuestro propio destino libertario.
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