Alfredo Saavedra
Los recientes escándalos protagonizados por el imberbe artista canadiense Justin Bieber, expone de nuevo los riesgos que conlleva la fama para la enajenación de personalidades que de un estado de cordura natural pasan a convertirse en oligofrénicos proclives al cometido de locuras que de forma eventual puede convertirlos en sujetos peligrosos para la sociedad.
El casi adolescente cantante Bieber que, hasta hace nada más 4 años, era un anónimo muchacho en una aldea de la provincia de Ontario, Canadá, con el papel común de chico dedicado a la vida rutinaria de estudiante (malo tal vez) y a las distracciones casi normales en la vida cotidiana de los jóvenes. Consistentes por lo regular en la práctica de entretenimientos inofensivos como el de la cacería de chicas en edad de corresponder a esa actividad impulsada por la urgencia de las necesidades instintivas de los sexos en su despertar en la pubertad.
Aficionado al canto de forma empírica el casi niño Justin, estimulado por sus cercanos amigos probó suerte para darse a conocer en el sistema YouTube, del Internet, con tan buena fortuna y en particular por sus buenas aptitudes, que resultó lo que en la farándula se llama descubrimiento, que no pasó mucho tiempo sin que se convirtiera en un fenómeno en el escenario de la música, ayudado además por su especial atractivo físico que de inmediato lo convirtió en un ídolo para las muchachas en busca de consuelo para sus fantasías eróticas.
El joven cantante Bieber pronto rebasó las expectativas en el acceso a la fama y con eso además la promoción hacia el terreno de la riqueza que de forma inmediata, y sobre todo asombrosa, lo convirtió en millonario y todas las ventajas que ello conlleva para definir una alborotada vida que para la mayoría de jóvenes es solo un irrealizable sueño que casi siempre termina en la horrible pesadilla del desengaño y la frustración.
▼ Leer todoYa montado en el caballo de la fama y acreedor de una fortuna que le permitía llevar una vida extravagante, embriagado Justin con el aplauso de las multitudes y sobre todo el acoso de verdaderos enjambres de mujeres jóvenes (y algunas viejas también) principió de manera vertiginosa su alienación, tal vez considerándose un príncipe, que lo empezó a envolver en una atmósfera de ilusionado poder, estimulada esa sensación por la presencia a su lado de un cortejo de guardaespaldas y el saborear de la delicia de tener a su disposición toda clase de placeres incluyendo el de poseer a una chica que era su igual en fama y locura, encarnada en una joven con el nombre de Selena Gómez.
De ahí que a la par del disfrute de la realización de conciertos fabulosos y en especial la idolatría de una muchedumbre de aficionados, el descontrol mental del joven cantante lo llevó a protagonizar desatinos que se creía con derecho a cometer con impunidad. Entre sus excentricidades estuvo la de hacerse acompañar por un mono a manera de mascota que no pudo llevar por todas partes del mundo, pues ignoraba que como él requería el primate de un pasaporte. En reciente presentación en Dubai (se ignora por qué ahí siendo un ámbito musulmán) un concierto desembocó en una bronca en la que hubo golpeados y destrucción material, a lo mejor en una acción a propósito tal vez en desafío a Alá que parecía desaprobar esa clase de espectáculos.
En fecha reciente hizo pipí en un florero en un elegante hotel, tal vez como ensayo a alguno de sus próximos conciertos aunque eso le costaría una reprimenda legal. En esos mismos días, en un lugar público encontró una foto tamaño póster del expresidente Bill Clinton, la cual tomó con las dos manos y levantándola profirió una malcriadeza que podría ser el equivalente a “hijo de puta”, aunque casi de inmediato le presentó disculpas al famoso exgobernante que al parecer con su habitual paciencia solo dijo: “Son cosas de muchachos”.
Habrá otras cosas que ya no se enumeran en este espacio y que forman parte de la antología de disparates de esta “estrella” y que tienen antecedente en locuras similares de otros de sus congéneres en el ámbito de la fama, como ocurrió en los años sesenta, cuando el ahora septuagenario Mick Jagger, quien sigue dando lata en el espectáculo, previo a un concierto orinó en una botella vacía de cerveza, la metió en una refrigerador del hotel donde se hospedaba con sus compañeros de conjunto y en la primera oportunidad se la dio a un policía de los que custodiaban el lugar, quien sin parpadear se tomó aquella “cerveza” a lo mejor elogiando su calidad. Lástima que no lo hizo con policías de las dictaduras de Latinoamérica, que hubiera sido buena idea que así se deshiciera todo el tiempo de sus orines el ahora ya provecto cantante.
La Quinta Pata
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