domingo, 27 de octubre de 2013

El F.I. y el mito de Mendoza conservadora II

Ramón Ábalo

Los procesos de liberación de los pueblos, desde el fondo mismo de la historia de la humanidad, siempre fueron de un costo tremendo para las clases sociales. Alguna precisión de clase de esas rebeldías libertarias, es a la que solía calificarse desdeñosamente la masa, los plebeyos, los hijos de la nada y con nada en las sociedades subalternas del poder hegemónico de minorías recostadas en el poder de los oscuros vericuetos de religiones y deidades.

La monarquía medieval, por ejemplo, ejercía la totalidad del poder en nombre de Dios. La pleitesía no solamente era práctica en los templos, sino también en el exterior con el sudor extenuante de las masas nativas. Había que darle valor a la honra, y entonces el diezmo. La única elección que tenían los plebeyos era a qué deidad menor fijaban su mirada menesterosa para recibir las dádivas que le permitieran superar, en algo, el dolor y la explotación padecidas desde siglos.

La rebeldía de los esclavos no lo fue recién en la edad moderna cuando aparece el capitalismo y el proletariado, el esclavo moderno, porque siempre las masas, las tribus, las sociedades, los pueblos, enfrentaron a sus chupasangre.

Aquí, en las tierras de los originarios americanos, fueron 400 años de exterminios por parte de la cruz y la espada. Después el colonialismo y los imperialismos incrustados en el despotismo de oligarquías y burguesías. No obstante, los procesos de lucha fueron incrementándose a sangre y fuego, en el mismo nivel de que el sistema ascendía a etapas de acumulación y explotación laboral. Como respuestas también etapas superiores de esa lucha, como la de aquel Espartaco, el Jesús indignado con los mercaderes del templo, la Revolución Francesa, la Comuna de París, la revolución norteamericana y las del resto del continente. Y más acá, el socialismo utópico, el marxismo y el comunismo, la Revolución Bolchevique, Argelia y Egipto, el Congo, las revoluciones nacionalistas como la de Bolivia y todos los intentos que incluye a la Argentina con el irigoyenismo y el peronismo, y las luchas armadas de las décadas del 60 y 70 del siglo XX. Y en la Mendoza de las viñas y las bodegas con sus proletarios sin dar tregua en la lucha de clase enfrentando a la política de la prepotencia inspirada en "el fraude patriótico" de las clases conservadoras.

Las ideas revolucionarias enancadas en las corrientes migratorias europeas entre el final del siglo XIX y los primeros años del XX, encontraron campo fértil en este país de las vacas gordas y los niños famélicos. La violencia con que se pretendió apagar tanto ímpetu ideológico no alcanzó para lograrlo y en la Mendoza que parió el Ejército Libertador de gran parte de la América india, regada por las aguas de sus nieves andinas y el espíritu de sus viñedos, se extendió en grado superlativo la cultura de los cambios estructurales de un Estado y gobiernos que lo representaban y que administraban la riqueza para unos pocos. Las herramientas ideológicas tuvieron centro y praxis en la organizada de su representación, como lo fueron los primeros núcleos socialistas y anarquistas. Una extensa, rica y masiva literatura marxista, como asimismo una prensa partidaria cotidiana, se instala en la subjetividad de los creadores del arte y la literatura, del pensamiento y de la acción de amplios sectores de trabajadores. Con el socialismo primero, el lencinismo, el peronismo, el comunismo, el anarquismo, y de ellos la organización sindical de los trabajadores, enfrentan sin pausas al poder, el que obviamente sí es conservador. Por eso, son las masas las que toman las banderas reivindicativas del peronismo, pero antes el lencinismo que enajena a los poderosos porque impone legalmente la jornada máxima de ocho horas y el salario mínimo. Y así de seguido, las reivindicaciones y las luchas de los obreros, de los empleados, de los docentes, de los contratistas de viñas y frutales, de los obreros de las bodegas y las fábricas de portland. Y esa cultura que desparrama una izquierda incipiente pero con una fuerte mística por el logro de los cambios estructurales del capitalismo. Y entonces, por ejemplo, el socialismo gobernando ejemplarmente, durante casi dos décadas, el departamento de Godoy Cruz, la fuerza discursiva del anarquismo y el comunismo y sus aportes masivos al pensamiento y a la cultura del trabajo y la creación. A pesar de su antiperonismo de antes del 46, en el 48 el comunismo mendocino logra cuatro bancas en la Cámara de Diputados y posteriormente, igualmente cuatro diputados constitucionalistas para la reforma de la Carta Magna mendocina. En la conducción sindical prevalecía el liderazgo comunista, y en el 56, la CGT local tuvo también conducción de dirigentes bolcheviques. En fin, la lista es aún más extensa para reafirmar lo de que Mendoza conservadora es un mito.

Y en esa lista se instala la segura banca de diputado nacional que logrará aquí en Mendoza un militante y líder del trotskismo local, Nicolás del Caño, del Partido Socialista de los Trabajadores en el Frente de Izquierda con el Partido Obrero. Sin dejar de ser un hecho político excepcional, no es una casualidad ni espontaneidad de sectores de la sociedad menduca y sí es continuidad de una visión de cambios que siempre se vivió. Tuvo una apelación acertada al imaginario de jóvenes y un tono de campaña electoral para nada estridente, alejado de la tradición cultural trotskista.

Es posible, por otra parte, que del Caño sea un legislador en soledad en un campo lleno de bestias, algunas muy poderosas y peligrosas por lo que representan. Le aproximamos una anécdota: el gran novelista peruano Ciro Alegría, autor de la gran novela “El Mundo es ancho y ajeno”, fue tentado a actuar en política y por ello fue elegido diputado al Congreso Nacional de su país. Comprobó que todo lo que quería proponer, nada menos que el reparto equitativo de la riqueza entre todos los connacionales, sin excepción, para nada iba a tener apoyo para que sea realidad. Pero no se alteró y decidió que en vez de asistir a las sesiones legislativas iba a atender en su modesta oficina y desde allí alentar y acompañar las exigencias del pueblo hacia los legisladores que tenían esa posibilidad, como asimismo a los organismos correspondientes. Lo quisieron echar por "no cumplir con la obligación de asistir", lo que no le importaba. La aprobación de su tarea estaba fuera de las luces del recinto.

Desde ya, alentamos a Del Caño a enfrentar con decisión lo que le espera. Estamos seguros de que así lo hará.

La Quinta Pata

1 comentario :

http://rolandolazarterapeutacomunitario.blogspot.com/ dijo...

Admiro algunas personas idealistas que creen, como en este artículo está señalado, en el poder de las utopías transformadoras. Sin esos sueños, la humanidad naufraga en la desesperanza y la acomodación.

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