Ricardo Nasif
Hay distintas maneras de decir las mismas verdades:
Pablo Lescano (autor, compositor e intérprete de cumbia): “Si un negro corre dicen qué se robó, vamos a llevarlo preso porque algo se afanó. Y si un cheto lo hace, no, no, ese pibe no robó”.
Eugenio Zaffaroni (criminólogo, juez de la Corte Suprema de Justicia): “Los medios están construyendo un chivo expiatorio desde hace tiempo (…) cada vez que se construye un chivo expiatorio eso se convierte en masacre (…) Y si el chivo expiatorio es aquel que se elige para atribuirle la causa de todos nuestros males, lo más lógico es después matarlo.
En este mismo espacio, a propósito de la xenofobia en nuestro país, advertíamos hace poco más de un mes y medio que muchos diarios, bajo el falso ejercicio de la libertad de expresión, incitan a la violencia verbal de los lectores desde las extensiones de sus páginas y cómo desde los foros de opinión de los medios digitales se abría un ámbito de ejercicio del racismo desembozado. También nos preguntábamos entonces acerca de ¿qué sucede en una sociedad cuando decide pasar de las palabras a las armas, del agravio verbal al asesinato? ( http://la5tapatanet.blogspot.com.ar/2014/02/xenofobia-la-invasion-silenciosa.html )
Lamentablemente hoy esas preguntas vuelven a cobrar vigencia, ya no a partir del planteo de hipótesis de progresividad de la violencia sino sobre la base de casos concretos de crímenes cometidos en banda, con alevosía y ensañamiento contra supuestos ladrones, conocidos mediáticamente bajo los eufemismos de “justicia por mano propia”, “linchamientos”, “ajusticiamientos” o “palizas de los vecinos a ladrones” -como tituló recientemente el diario Clarín en una de sus tapas-.
Las construcciones históricas del “enemigo”.
En la Biblia se hace mención de que en el antiguo pueblo de Israel existía un ritual que consistía en la elección azarosa de dos chivos que eran utilizados como ofrenda divina. El sacerdote mataba uno de los chivos en el acto solemne y el otro era cargado con las culpas del pueblo judío y abandonado a su suerte en el desierto. A este último animal se lo conocía como el “chivo expiatorio”, es decir aquel que le tocó en desgracia pagar con su vida los males de la comunidad.
Durante las Cruzadas, en la Edad Media, el triunfo de batallones de cristianos contra los turcos se consagraba con la sádica costumbre de cortarles la cabeza y colgarla sobre una pica, mástil o lanza. A las víctimas se las solía considerar las causantes de todos los males reales e incluso imaginarios. De allí proviene el término “cabeza de turco”, que se utiliza para acusar a algunos de los daños producidos por otros.
Los “chivos expiatorios” o “cabezas de turcos” han sido a lo largo de nuestra historia los resultados concretos de la construcción de los supuestos enemigos sociales y han servido de base para la justificación de las peores formas de violencia contra determinados colectivos.
Sólo para dar algunos ejemplos:
Durante la invasión y dominación europea sobre los pueblos originarios de América, las ideas del “indio salvaje”, de las “gentes inferiores” y de los “seres sin alma” se usaron como justificación de las peores matanzas y del apoderamiento de las riquezas de los indígenas por parte de los colonizadores.
En 1861 Domingo F. Sarmiento le envió una carta a Bartolomé Mitre en la que le recomendó: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos". Una síntesis teórica bastante lograda de la concepción divisoria entre supuestos “civilizados” y “bárbaros” que legitimó la violencia de unos sobre otros, como herramienta para la imposición del liberalismo en nuestro país.
La imagen de los aborígenes salvajes en malón atacando a las poblaciones blancas civilizadas en el sur de la Pampa Húmeda fue uno de los arquetipos que decían combatir las fuerzas armadas del Gral. Julio Roca, abriéndose así las puertas de la culminación del genocidio indígena y el reparto de enormes extensiones de tierra cultivable entre algunas familias de la oligarquía pastoril vernácula.
En las décadas del ´10 y del ´20 del siglo XX los inmigrantes comprometidos con las luchas sociales de origen anarquista o socialista eran expulsados “legalmente” del país por ser considerados una amenaza a la patria. Además cientos de extranjeros que participaron en medidas sindicales de acción directa fueron asesinados por balas estatales o paraestatales –como las de la banda civil de niños bien conocida como “Liga Patriótica”-
Más acá en la historia, la construcción del enemigo subversivo, terrorista, marxista-leninista, materialista-ateo, apátrida, opuesto a la tradición, la familia y la propiedad, sirvió de sustento para la aplicación sistemática del plan represivo de la última dictadura cívico-militar, quienes decían defender la civilización occidental y cristiana.
Poder mediático, chivos expiatorios y prejuicios sociales
Desde hace algún tiempo el poder, a través de los medios de comunicación dominantes, pretende construir, en el caldo gordo de los prejuicios sociales más xenófobos, un nuevo enemigo asociado a la imagen de los jóvenes pobres, estigmatizándolos y cargando sobre ellos gran parte de los problemas sociales que nos aquejan.
Por un lado, se intenta imponer una supuesta antinomia entre la “gente” y la “no gente”: entre los ciudadanos que pagan sus impuestos y los zánganos que viven del Estado; entre los decentes y los negros de mierda; entre los vecinos y los delincuentes, configurando sobre estos últimos el estereotipo del pibe chorro.
Por otro lado, se fogonea descaradamente la violencia, como ha sido ostensible una vez más en los recientes casos conceptualizados periodísticamente como ajusticiamientos.
Es innegable que pibes de villas paupérrimas participan cotidianamente en delitos, no menos cierto es que socialmente se intenta invisibilizar los crímenes protagonizados por ciudadanos de las denominadas clases medias y alta. Existe una doble vara de acuerdo con la cual resultan repudiables los arrebatos en la vía pública por pibes de altas llantas y capuchas y no las evasiones impositivas y la explotación de obreros que tienen como victimarios a empresarios de camisas caras o los negocios de las cuevas del dólar blue –metáfora poética para designar las transas ilegales de divisas originadas en el narcotráfico y el lavado-.
La injusticia por mano propia, este abandono del estado de derecho por parte de bandas de ciudadanos de a pie, ha venido precedida por preconceptos sociales peyorativos y un proceso de gestación de violencia clasista que ha tenido como uno de los crueles resultados el asesinato de un ser humano por la sospecha, fundada o no, de ser el autor de un robo.
Más democracia para frenar la violencia
Es curioso que sectores de la derecha que venían acusando a los organismos de derechos humanos de revanchistas y vengativos por exigir juicio y castigo a los genocidas hoy aparezcan justificando la pena de muerte sumarísima (sin juicio, sin garantías del debido proceso, sin derecho de defensa, sin sentencia, sin ley), contra supuestos ladrones.
Insistimos, siguiendo a Zaffaroni, sobre lo dicho meses atrás, los genocidios son el resultado de una construcción sociohistórica. No basta con un golpe de Estado para consumarlos. Previo a que las violaciones sistemáticas de los derechos humanos se materialicen, se dan en el seno de la comunidad procesos de legitimación social de la violencia. La construcción de un chivo expiatorio en la representación del joven pobre peligroso puede ser uno de los pasos en ese camino.
Repetimos, hay que frenar con más democracia los pequeños pasos que pudieran justificar las violaciones a los derechos humanos en el presente y en el futuro.
Audio en Radio Nacional Mendoza:
http://www.radionacional.com.ar/lra6/injusticia-por-mano-propia-en-la-historia/
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