Alfredo Saavedra
Por su incansable vocación de escritor, es de suponer que Gabriel García Márquez no había cesado de escribir hasta que los problemas de salud se lo impidieron hace unos cuatro años, cuando habría concluido una colección de cuentos de los que fueron publicados algunos, entre los que estuvo el muy bien realizado En agosto nos vemos. Fue así como de su copiosa creación quedaría como novela póstuma, al producirse su defunción, la del atrevido título Memoria de mis Putas Tristes, que caracterizara la vida de un anciano periodista, en una narración onírica premonitoria del fallecimiento del autor.
Memoria de mis putas tristes es una celebración a la vida, en una secuencia que recupera el argumento del amor senil como motivo de El amor en los tiempos del cólera, otra novela de García Márquez que, además, como ésta, refleja el signo de la soledad, presente en casi todo el recorrido de la obra del autor colombiano, quien residió buena parte de su vida en México.
La novela se resuelve en el marco de la aventura de un octogenario solterón que está por cumplir los noventa años, ocasión que elige para darse el gusto de acostarse con una doncella, para lo cual acude a la matrona de un prostíbulo de segunda. Lenocinio que es escenario para el encuentro del protagonista con una niña de 14 años, virgen como lo solicita el interesado, con quien materializa una relación de contrato que deviene en platónica, en la que el romance circunda una atmósfera de ternura, salvando a los lectores con escrúpulos de que el suceso culmine en un acto de perversión.
La acción protagónica de Mis Putas Tristes —novela publicada después de un prolongado receso del autor— la tiene un periodista retirado que publica una columna dominical en el periódico de la localidad y quien dice de sí mismo: “Hoy me sustento mal que bien con mi pensión de aquel oficio extinguido de ‘inflador de cables’; me sustento menos con la de maestro de gramática castellana y latín, casi nada con la nota dominical que he escrito sin desmayos durante más de medio siglo, y nada en absoluto con las gacetillas de música y teatro que me publican de favor las muchas veces en que vienen intérpretes notables.” Ello está en servicio de los lectores que conocen el oficio, que identifican experiencias comunes. Se define el protagonista de esta forma en las primeras páginas del relato: “No tengo que decirlo, porque se me distingue a leguas: soy feo, tímido y anacrónico. Pero a fuerza de no querer serlo he venido a simular todo lo contrario. Hasta el sol de hoy, en que resuelvo contarme como soy por mi propia y libre voluntad, aunque solo sea para alivio de mi conciencia… Vivo en una casa colonial en la acera del sol del parque San Nicolás, donde he pasado todos los días de mi vida sin mujer ni fortuna, donde vivieron y murieron mis padres, y donde me he propuesto morir solo, en la misma cama en que nací y en un día que deseo lejano y sin dolor.
El texto tiene la frescura de un lenguaje que el autor le imprimió con destreza y virtud artística a toda su obra. Como siempre, García Márquez es magistral en el dominio del idioma y aunque en esta novela se evocan algunas instancias de su creación anterior, está la huella de esas sorpresas lingüísticas que lo caracterizan y cuya motivación tiene origen en su diligente y tenaz lectura de escritores memorables como William Faulkner y Virginia Wolf, que le sirvieron de modelo.
La Memoria de mis Putas Tristes fue llevada al cine de manera feliz, en una producción realizada en México, España y Estados Unidos, bajo la dirección de Herminio Cardsen y Ricardo del Río, con la actuación estelar del experimentado actor mexicano Emilio Echeverría, la bien lograda interpretación de la actriz estadounidense Geraldine Chaplin y también la participación de la conocida actriz española Ángela Molina, seguidos de un reparto excepcional, con la inclusión del excelente actor Damián Alcázar, plantel que procuró hacer del filme una ajustada versión de la novela.
La edición inicial de la novela fue de un millón de copias, lanzada por Random House, con una proyección determinada por la demanda de una legión de lectores, dentro de un mercado seguro que con esa obra dio continuación a la siempre bien recibida producción de García Márquez, constituido en el autor más popular en la literatura hispanoamericana y bien recibido en otras varias culturas. Dato curioso es que esta novela tuvo una transformación de última hora en su capítulo final cuando estaba por salir al mercado, en una audaz decisión del autor, para desacreditar una edición pirata que se adelantó en Colombia a la aparición oficial del libro, en una no menos acción audaz de piratería literaria, que introdujo una inquietante novedad en la industria editorial.
Causará sentida nostalgia la ausencia de García Márquez, y será también de mucho pesar ya no tener más su creación ahora con su fallecimiento, porque el vacío es inmenso en un público que veneró a un escritor cuya genialidad fue un tributo a una de las máximas expresiones del arte y quien supo combinar con el acto de contar, el hechizo de la poesía como se puede apreciar en estas líneas cordiales del libro de Mis Putas Tristes: “La noche de su cumpleaños le canté a Delgadina la canción completa, y la besé por todo el cuerpo hasta quedarme sin aliento: la espina dorsal, vértebra por vértebra, hasta las nalgas lánguidas, el costado del lunar, el del corazón inagotable… Cuando dieron las siete en la catedral había una estrella sola y límpida en el cielo color de rosas, un buque lanzó un adiós desconsolado, y sentí en la garganta un nudo gordiano de todos los amores que pudieron haber sido y no fueron.”
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