domingo, 25 de mayo de 2014

García Márquez, taumaturgo del arte de contar

Alfredo Saavedra

El escritor argentino-español Guillermo de Torre, fallecido 10 años antes de que Gabriel García Márquez obtuviera el premio Nobel de la Literatura en 1982, de haber vivido para esa fecha, hubiera muerto de todas formas fulminado por un infarto al saber la noticia del triunfo del prestigioso narrador colombiano. Desenlace fatal que hubiera sido provocado por la sorpresa, el susto o la pena del notable intelectual que un día lejano le dijera al joven Gabo que en lugar de escribir se dedicara a otra cosa, por la equívoca interpretación de que el manuscrito que le hiciera llegar para su publicación no tuviera mérito para convertirlo en libro.

Don Guillermo, distinguido autor de, entre otras obras, Claves de la literatura hispanoamericana, era a la sazón editor responsable de las publicaciones de la Editorial Losada de Argentina, una de las casas más famosas para la publicación de obras de distribución en toda la extensión del mercado en castellano. El manuscrito que el por entonces desconocido escritor le había hecho llegar al conocido literato, era el de su primera novela La Hojarasca, distinguida después como una obra de apreciable valor literario. Se consolaría Gabo más tarde, al saber que también la misma editorial había rechazado para su publicación el manuscrito Residencia en la tierra, de Pablo Neruda después Premio Nobel de la literatura, también.

No se desconcertaría García Márquez con aquel desaire a su obra inicial, con el agregado de la desagradable recomendación de que buscara otra ocupación que no fuera la de escribir. Animoso, con el apoyo de amigos, llevó a la imprenta el manuscrito y de ahí salió su primer libro, acogido con estimulante aunque no impresionante entusiasmo de sus primeros lectores. Lejos estaría Gabo en esos días de imaginar que con el tiempo sería aclamado como uno de los más ilustres escritores del siglo y, en su momento, sólo comparado en gloria con el príncipe de las letras castellanas Miguel de Cervantes Saavedra.

Pero esa gloria ha tenido el costo de la inversión de una voluntad estimulada con el despertar de la curiosidad, acuciada por un abuelo más que protector, un locuaz contador de historias, y la inmersión del niño en aquella fuente de impresiones de la casa poblada de mujeres con la abuela matriarca que “hablaba con los muertos”, en un ambiente fecundo en la fantasía que alimentó el espíritu infantil de quien haría de esas primeras experiencias el leitmotiv para una carrera que a partir de entonces daría principio al tormentoso pero feliz destino de quien declaró que “había nacido escritor”.

La madre de Gabo, Luisa Santiaga, fue a dar a luz al primogénito a la solariega casa de Aracataca, pueblito sumido en el sopor de la costa atlántica, y se fue a continuar a la ciudad de Barranquilla la prolífica crianza de otros 10 hijos con su marido Gabriel Eligio, el telegrafista que en sus ratos de ocio tocaba un violín y leía los periódicos con la misma pasión con que el hijo los escribiría más tarde. Criado por los abuelos, al crecer, el adolescente Gabo se fue en un tren a Bogotá, para hacer sus estudios de bachillerato, donde en una atmósfera que le parecía enrarecida, se dedicó a leer con fruición todo lo que caía en sus manos, en lecturas que hacía hasta en los “tranvías con ventanas de vidrios azules” que para gastarse los domingos montaba en vueltas de interminable circunvalación.

Fue así que en ese ambiente un día un condiscípulo del colegio le prestó a Kafka con La Metamorfosis y en la lectura del inicio del relato que dice: “Cuando Gregorio Samsa despertó una mañana tras un sueño inquieto, se encontró en la cama convertido en un horrible escarabajo” el joven Gabriel exclamó “¡Carajo! sí se puede hacer esto” y de esa manera descubrió que la hipérbole era una de las formas fantásticas de la literatura y otro de los modos de interpretar la realidad. De ahí que se darían más tarde en sus escritos los trenes interminables, las diluvianas lluvias y el prodigio de una niña (Remedios la Bella) que vuela hacia la inmensidad del firmamento, entre otros fenómenos recreados con habilidad por el escritor a lo largo de su obra.

Pero surge García Márquez con una manera de contar en la que tal vez el elemento más distinguido sea el manejo del lenguaje, haciendo del mismo una herramienta para decir las cosas de un modo diferente al uso común, para abandonar los moldes de una literatura decimonónica que se había agotado en una tradición secular. Una predisposición natural de probable origen en su frenética afición a la lectura y en ese su afán, confesado con el tiempo, de “no hacer las cosas como las hacen los demás”. Sin alardes de academia y sin estar supeditado a las normas de la retórica, de manera autónoma dominaba las formas de la elocución y todo el modelo del lenguaje figurado. Subvirtió el idioma para enriquecerlo con sus hallazgos en una forma novedosa de expresar las ideas y aunque siendo estudiante declaró su aversión por la gramática, con el correr del tiempo se inclinó por el apropiado uso del lenguaje.

Su estilo, que fue denominado como “estereográfico” por una analista de sus obra cuando su producción ya había rebasado su cimera novela Cien Años de Soledad, le era característico con su particular forma de construir sus textos en los que el signo distintivo era el uso adecuado de la palabra, de la cual era un orfebre y en cuyo trabajo invertía lo mejor de su esfuerzo en un oficio que él denominaba de “carpintería” y que se tomaba tan en serio ese trabajo que en alguna época para realizarlo se enfundaba en un “overol” de mecánico en una labor con horario de obrero, realizada en un “taller” donde sus principales herramientas eran una máquina de escribir eléctrica y los indispensables diccionarios que su abuelo le enseñó a usar con el antiguo grueso volumen que conservaba el viejo, don Nicolás Márquez Mejía, un coronel veterano de las guerras de antes.

La profusa obra del autor

García Márquez recordaría en sus memorias su primera experiencia como escritor bisoño cuando le publicaron sus primeros dos cuentos La tercera resignación y Eva está dentro de su gato, publicados por separado en la sección literaria del diario El Espectador, de Bogotá. Narraciones recopiladas en el libro Cuentos 1947-1992. Eso sería el principio de una vasta producción que al iniciarse con la novela La Hojarasca culminaría con Memoria de mis putas tristes. Pero en medio estaría toda la creación de los relatos reunidos en los libros Ojos de perro azul, Los funerales de la mamá grande, Doce cuentos peregrinos, y La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, que es de por sí el título de una de sus famosas novelas, llevada con éxito al cine, con la actuación estelar, elogiada con entusiasmo por Gabo, de la artista griega Irene Papas

Cien años de soledad, publicada en 1967, se convierte en su novela cumbre y en una de las más leídas en todas las culturas, cuya traducción al inglés estuvo a cargo del célebre traductor Gregory Rabassa, de quien dijera García Márquez, tal vez con su acostumbrada tendencia a la exageración, que la traducción había estado mejor que la obra original. Memorable sería la novela corta El coronel no tiene quien le escriba, concebida durante la permanencia del autor en París y basada en su propia experiencia al esperar cartas que nunca le llegaban. Antes había escrito la crónica Relato de un náufrago, basada en un hecho real y que sintetiza el estilo periodístico que Gabo le imprimió a muchos de sus libros incluyendo Crónica de una muerte anunciada, otra muy impresionante novela basada en un suceso verídico ocurrido durante su ejercicio en el periodismo.

Su novela El otoño del patriarca, en los años 70, motiva un intenso debate y produce interpretaciones de los analistas Regis Debray y Ángel Rama, entre otros. El autor del libro Novelas del dictador, Conrado Zuluaga, refiere que el mismo García Márquez define el concepto de dictadura, que es lo medular de su novela, al comentar el libro de dibujos en tinta china del artista guatemalteco Arnoldo Ramírez Amaya, con el título de Sobre la libertad, el dictador y sus perros fieles, donde el prologuista titula a su vez el texto: “Cazador de gorilas” y al recordar los inconcebibles hechos de represión y despotismo de las satrapías invita a que “aprendamos esa pesadilla, pues Ramírez Amaya nos ha hecho el inmenso favor de ponernos en guardia contra el olvido.”

El amor en los tiempos del cólera se convertiría en otro éxito de librería de García Márquez, novela que exalta las vicisitudes del amor senil pero también sus virtudes. Para escribirla, Gabo dedicó tiempo para averiguar todo lo relacionado con el cólera como enfermedad, no porque su libro sea un tratado de medicina pero sí para estar más en conocimiento de lo que hablaba, como era su hábito de indagar sobre los tópicos que circundaban sus obras. Luego vendría otra novela más en 1989, con el título de El general en su laberinto, una narración que tiene como personaje principal al general Simón Bolívar. Se agrega a ese caudal de producciones el libro de poca divulgación Cuando era feliz e indocumentado, que es una recopilación de artículos de hechos sucedidos en un solo año: 1957. Tienen el perfil inconfundible de las columnas diarias escritas por Gabo en el diario El Universal, de Cartagena, de los que se hizo una recopilación contenida en el libro Textos costeños y que tendrían continuación en los volúmenes titulados de Europa y América y Entre Cachacos, libros que hacen una obra completa con todos los trabajos publicados además en los diarios El espectador, Crónica y El Universal, donde se reveló la pluma excepcional del escritor extraordinario que fue Gabriel García Márquez, Quedaría casi inédita, pendiente de publicar, una colección de cuentos, de los que forma parte el relato En agosto nos vemos, del cual la periodista española Rosa Mora escribió: “Obsesionado Gabo por la perfección, por el detalle, por la elección del adjetivo exacto, antes de publicarlo en fecha aún no determinada, lo ha corregido, le ha suprimido partes, cambiado o añadido palabras, con la costumbre de reelaborar sus escritos una y otra vez”.

Facetas de la vida de Gabo

Escribir sobre la vida, obra y milagros del genial escritor García Márquez, exigiría no solo hacer una extenuante indagación sobre la amplia bibliografía existente, sino también empeñar esfuerzo y estricto ánimo de investigación para lograr un producto que pueda llenar las exigencias que esa labor requiere, no posible para las dimensiones de espacio de un texto como el presente. Pero una apretada síntesis aún a riesgo de involuntarias omisiones y de traicionar los deseos del redactor y las expectativas del lector, puede reunir un poco de todo esa arsenal que constituye el vasto anecdotario de un hombre que podría decirse de la “vida alegre” pero con una personalidad de insigne presencia en los anales de la historia de la literatura universal.

Mucho de la vida de García Márquez es revelado en el libro coloquial El olor de la guayaba, que recoge una serie de conversaciones con su amigo de toda la vida Plinio Apuleyo Mendoza, colombiano también y que hace una completa relación de los aspectos relevantes en la existencia de Gabo. En su libro autobiográfico “Vivir para contarla”, el autor hace un inventario de los episodios que más impactaron en su vida y hay un capítulo especial que describe los sucesos del denominado Bogotazo, tras el asesinato del líder político Eliécer Gaitán, en acontecimiento que desató una intensa ola de protestas que derivaron en actos de violencia, con incendios, destrucción, vandalismo y muerte que estremecieron al país entero. Pero Vivir para contarla, es además un prontuario de la vida del autor en un arco iris pleno de anécdotas saturadas del sentido del humor como signo particular del autor. Sentido de humor que emanaba espontáneo en su personalidad abierta a la amistad, la cual definió en este bello retruécano: “Yo me considero el mejor amigo de mis amigos, y creo que ninguno de ellos me quiere tanto como quiero yo al amigo que quiero menos”. Gracia de su sabiduría y sentido de humor como cuando en una lectura que dio en la Casa América en Madrid durante una visita a España, al inicio de su exposición le dijo al público: “A las personas que se aburran de esta plática y decidan retirarse les ruego que lo hagan sin hacer ruido para no despertar a los que se queden”. Sentido de humor que se manifestaría sardónico cuando al visitar su pueblo natal Aracataca, un borrachito se le acercó insistiendo que le comprara una botella de ron y Gabo, complaciente, le firmó un vale por diez botellas. Al rato el hombre le preguntó que dónde podía cobrar esas diez botellas y Gabriel, enfático le respondió: ¡En Estocolmo! Pero aquello que parecía una broma hiriente no lo fue, pues la familia del pedigüeño conservó el papel, que ahora puede valer una fortuna.

Gabo era desenfadado y durante su juventud como reportero en Barranquilla vestía sin formalidad al calzar sandalias de peregrino y usar camisas de colores estridentes lo cual le valió entre los taxistas el mote de “Trapoloco”. Extravagancia de la que diría una vez: “Compré media docena de camisas tropicales con flores y pájaros pintados, que por un tiempo me merecieron una fama secreta de maricón de buque”. Eso ocurría luego que de pernoctar a diario en pensiones de prostitutas consiguió albergue en casa de una familia amiga que le dio acomodo en una habitación decente, con sus “tres tiempos de comida” que cubría, como él diría, con su “sueldo de carretero” en el periódico. Régimen abundante de alimentación del cual su amigo y colega Álvaro Cepeda le diría: “que no iba a sobrevivir a los retortijones por tener tres comidas diarias y a sus horas”.

Gabo fue supersticioso desde su infancia y aunque celebró las fantasmagorías de la abuela, doña Tranquilina Iguarán Cotes, también fue eso lo que le sembró el trauma que define como una sensación de miedo que persistiera hasta sus últimos años. El color amarillo ejerció influencia de beneficio en sus cosas y dijo que no podía realizar su tarea de escritor si en su estudio faltaba una flor de ese color, de preferencia una rosa, y si no la había la exigía a gritos. Creía Gabo en el mal agüero y en ello dijo que contrario a la creencia generalizada no lo era el número 13, ni los gatos negros ni pasar debajo de una escalera. En cambio consideraba que eran de mala suerte las flores de plástico, los pavoreales, los cantantes vestidos de negro y, en particular, “hacer el amor con los calcetines puestos” lo que consideraba que llevaba al fracaso en el sexo.

No estuvo exento García Márquez, de los contratiempos y siempre evitó hablar del incidente con Vargas Llosa, quien lo tumbó al suelo de un puñetazo, con lo que llegó a su fin una amistad estrecha hasta ese momento. Nunca se supo con certeza el motivo de tal suceso pero ahora con el fallecimiento de Gabo, Vargas Llosa declaró que la razón de ese incidente era un secreto que nunca revelará, como no lo hizo el ofendido. Ahora ya muerto Gabo, en medio de la multitudinaria demostración de duelo en su homenaje, surgió la voz disonante de la diputada María Fernanda Cabal, del derechista partido de Uribe, quien dijo a la prensa que el difunto “se iría al infierno”, acción lenguaraz que le ha costado que en Aracataca se realizara un acto este dos de mayo, declarándola non grata en toda la nación y, aunque ya se disculpó, le será enderezado un juicio por difamación. Lo peor es que un grupo de damas simpatizantes del agraviado, ya prometió darle una paliza a esa mujer, de la que dicen, “se va tener que acordar el resto de su vida”.

Castigo que sería desaprobado por Gabo, por su devoción a las mujeres de quienes dijo: “en todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres”. Devoción que manifestaría de forma contundente al declarar por todos lados que la mujer que más lo había impresionado en la vida era la suya: Mercedes Barcha Pardo, a la que le pidió ser su esposa cuando ella tenía trece años y que fue su compañera eterna hasta el día de su propia muerte reciente.

Al finalizar este texto se reproduce un párrafo de Gabriel José de la Concepción García Márquez, que encierra un pensamiento que resume la opinión del autor con su nombre completo, como parte de una totalidad que fue manifiesta en su obra imperecedera: “Está en mi carácter, y ya lo he dicho en muchas entrevistas: nunca, en ninguna circunstancia, he olvidado que en la verdad de mi alma no soy nadie más ni seré nadie más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca”.

Con base en los libros El olor de la guayaba, Vivir para contarla, Textos costeños y archivo del autor de este reportaje.

La Quinta Pata

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