domingo, 29 de junio de 2014

Aquellas sí eran adulteraciones! II

Eduardo Paganini (Baulero)

Proseguimos en EL BAÚL con la presentación de este caso que conmovió la opinión pública mendocina hacia principios de la década del 80. En esta oportunidad con la presentación del “héroe” de la jornada, el hombre que impidió la falsaria maniobra simplemente diciendo “no”. Sugerimos a los lectores que para evaluar todo el acontecimiento tomen conocimiento de la primera entrega en nuestro número anterior.
El que descubrió la partida de alcohol

Esta es una historia simple, muy simple, pero lo suficientemente grande como para servir de ejemplo al país, porque representa exactamente la imagen de argentino que deseamos lograr. No está cubierta de las grandilocuencias que parecen ser el signo de nuestro tiempo sino que se desarrolló con la sencillez de los hechos trascendentales, como surgida de las profundidades de nuestra Historia, dictada por el espíritu de nuestro héroes máximos.

Esta historia se desarrolla así: en General Alvear, hay un hombre joven que se llama Alberto Franco, vive en una calle de tierra llamada San Juan, en una humilde vivienda, y tiene un viejo Rambler de la década del 60, y una familia a la que quiere. Trabaja en la Dirección de Industrias dependiente del gobierno provincial, y en sus horas libres debe cubrir las deficiencias de su bajo sueldo con labores en una empresa.

Franco cumple sus tareas en diversas zonas, pero desde hace un tiempo lo hacía en el control policial de Canalejas, que está a 120 kilómetros de General Alvear, en el límite con San Luis por la ruta 188. El destacamento tiene una falencia: el policía que cubre el turno, lo finaliza a las 5 de la mañana, y el que lo reemplaza llega recién en el ómnibus de las 8. 0 sea que tres horas quedaban en blanco, y eran aprovechadas por los camioneros que transportaban alcohol etílico destinado a la falsificación de vinos, conocedores de tal problema.
Bastó un solo hombre honesto para descubrir a la mafia

Bastó un solo hombre honesto para descubrir a la mafia

Alberto Franco había observado detalles sospechosos, como la permanencia de algunos camiones estacionados en las inmediaciones del puesto sin cruzarlo, como durmiendo, hasta que a las 5, cuando el policía se retiraba, emprendían nuevamente camino.

Los detalles mayormente no interesan, porque fueron dados a conocer en su oportunidad. Pero cuando esos camiones quisieron entrar, eran dos, en la madrugada del 21 de marzo, Franco constató que el producto que decían transportar no existía, y sí en cambio una carga de alcohol etílico. El procedimiento lo cumplió, y los camiones quedaron detenidos en ese lejano puesto de Canalejas, en una zona desértica barrida por el viento.

Que en ese momento que quienes custodiaban desde un automóvil esa carga ilegal, se acercaron a Franco para ofrecerle una elevada suma, algo así como 20 millones de pesos ley, por dejar a los transportes continuar su camino, y olvidar todo.

Alberto Franco, empleado de la Dirección de Industrias, tiene un viejo Rambler de la década del 60, una casa humilde, debe trabajar en otro lado también para redondear una pequeña suma mensual. Con ese dinero pudo cambiar su automóvil, comprar una casita, o instalar un pequeño negocio, o simplemente de una vez por todas, lograr una temporada de felicidad y holgura para su familia. No sabemos.

No aceptó un soborno, aún haciéndole falta el dinero

Franco lo pensó o no, porque no quiso referirse al tema cuando conversamos con él, ya que el sumario estaba en etapa secreta. Si hubiese contestado sí a la tentación, el silencio de esa madrugada en el desolado Canalejas se habría tragado todo. Nadie lo sabría. Salvo su conciencia. Habría llegado a su casa quizás con una bolsa de papel conteniendo todos los billetes del soborno, lo habría mostrado a su familia para que vieran cuántas cosas podrían comprar. Pero estaba su conciencia. Entonces en vez de dar ese “sí”, tuvo un gesto de argentino y de mendocino, y respondió:

—Estos camiones se quedan aquí.

Así comenzó esta historia cuyas derivaciones han conmovido a la provincia y conmocionado al país. Bastó solamente la decisión de un hombre honesto para lograrlo. Y los poderosos, aquellos de los lujosos automóviles, de las viviendas principescas, de las impresionantes cuentas bancarias obtenidas con maniobras ilegales, tuvieron que correr a esconderse de la justicia desatada por este Alberto Franco, propietario de un viejo Rambler, que vive en una humilde casa, que necesita trabajar en sus descansos para poder subsistir, y cuya familia tiene necesidades como tantos otros hogares argentinos.

Solamente diez hombres con el valor y la honestidad de Franco bastarían para cambiar la fisonomía de esta provincia. Y cien, podrían cambiar el país en la Argentina que pretendernos sin necesidad de trabajosos diálogos, simplemente con la fuerza de acciones como esta protagonizada por Alberto Franco en la soledad de ese puesto de Canalejas en una madrugada barrida por los vientos.

Fuente: s/d, El falso vino en el Sur en 5ª edición, Mendoza, año 1 nº 7, abril de 1980. Director-propietario: Guillermo Martínez Anzorena.

La Quinta Pata

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