Ricardo Nasif*
Como tratando de convencerse del engaño, pone la alarma a las 6. Mañana, a las 6.30, como todos los días de lunes a feriados, lo pasará a buscar la camioneta del cuadrillero para ir a laburar a la chacra.
Antes de acostarse arranca en el patio un puñado prolijo de yuyos verdes y mojados y, junto a una lata de dulce membrillo llena de agua, los deja afuera, cerca de la puerta.
Más temprano había envuelto la pelota que compró con su primera quincena de trabajo y que ahora posa sin hacer ruido sobre sus zapatillas desnudas.
Va a dormir tranquilo. Sabe que cuando despierte no volverá a putear frente al consabido paquetito de Manón, de todos los años, sobre las alpargatas sucias.
Sonará hartamente primero la alarma, después la bocina de la chata.
Mañana, a eso de las diez y media, saldrá orondo hasta la canchita para que todos le pregunten qué le trajeron los reyes magos.
Para que los únicos laburos de los pibes sean estudiar y jugar.
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