domingo, 10 de agosto de 2014

El libro ¿destinado al museo de los dinosaurios?

Alfredo Saavedra

Un poco más de catorce millones de dólares alcanzó en la subasta realizada a finales del año pasado un pequeño libro de los Salmos, impreso hace 373 años y considerado una joya de la bibliografía universal, como primicia de la incipiente imprenta de los Estados Unidos en el siglo 16. Ha sido un relevante acontecimiento la transacción de ese libro, con no más de 160 amarillentas páginas y que se convierte en un símbolo cuando los libros, como medio de comunicación, están bajo la amenaza de desaparecimiento desplazados por la incontenible era digital.

El libro, considerado por siempre un mecanismo de la inteligencia y el vehículo indispensable para la transmisión del conocimiento, desaparecerá de manera inevitable, según analistas, después de más de cinco siglos de existencia, reemplazado sin remedio por los avances de la tecnología que en rápida progresión ha creado nuevas formas de comunicación que, sumado a la transformación de la conducta colectiva para la recepción informativa, de recreación, de enseñanza y aprendizaje, suplantan al libro, tal vez, según las cosas, condenado a la extinción.

Además de la computadora, medio convencional de escritura que desplazó a la tradicional máquina de escribir y que a través del Internet se convirtió en instrumento de lectura, el lanzamiento de las denominadas “tabletas” de lectura, ha sustituido en gran medida al libro, aunque hasta el momento dichos artefactos no hayan capitalizado un público considerable, pero su presencia regocija a los conservacionistas que ven en el invento la probable salvación de los árboles que ya no serán inmolados en la industria del papel para servicio de los libros.

La Librería más Grande del Mundo (ese era su nombre), de la ciudad de Toronto, con una cuadra de longitud, después de cincuenta años de existencia, cerró sus puertas y su local, por todos esos años más o menos un templo de la cultura, está en transformación de un complejo de condominios residenciales. Al parecer, igual suerte correrá en Nueva York otra librería de igual nombre, pero aún de mayores dimensiones, según la nota periodística que informa sobre el triste final de ambas ventas de libros.

En el recorrido de la vida del libro, se tiene en la televisión el primer enemigo que vino a desplazarlo en los círculos sin la adicción a la lectura cautivada más por la intelectualidad y el público que mantuvo su fidelidad a la comunicación impresa en un medio en que el cine y la radio le habrían robado lectores a una masa que se había originado cuando la industria editorial, en los inicios del Siglo de las Luces (XX), empezó a afianzarse con el apoyo de la novedad de las publicaciones suscritas por figuras como Proust, Balzac, Byron, Shakespeare, y otros escritores menos socorridos por la fama pero proveedores de materia prima para el mercado de los libros.

En los años 50s. con el auge de la televisión en el Latinoamérica, cayeron en desgracia las publicaciones que entretenían a las amas de casa contentas con las historietas de romances repetitivos de Caridad Bravo Adams y Corin Tellado, destituidas por la intrusión de las telenovelas que en España con el nombre de “culebrones” se convertirían en el medio de habla hispana y en su correspondiente cultura, en otros países de idiomas diferentes, en la ruina del afán de sostener al libro como modelo educativo.

El fenómeno tuvo su equivalente con el Internet, el otro gran demoledor del libro convencional que aunque un notable avance en la comunicación derrotó a la palabra impresa en papel que sobrevive gracias a una generación que resiste el cambio por encontrar más comodidad de lectura en lo tradicional, sin hacer concesiones a una tecnología que en cierta forma no resulta atractiva para el lector que ve en el libro un objeto más adecuado para la lectura.

Parece que el suceso más deplorable para la cultura constituida en el cuerpo del libro fue la pérdida de los lectores de las generaciones emergentes entregadas al entretenimiento electrónico a partir del surgimiento de los juegos de Nintendo, forma primitiva de lo que se convertiría con el tiempo en la poderosa industria de los “videogames” que virtualmente secuestraron a partir de la década de los 90, a la juventud que abandonó los libros, sacrificados por la nueva modalidad de comunicación y entretenimiento.

Quedó de esa forma en el pasado el gusto por la lectura, que iniciaba a los niños con los cuentos contenidos en los libros elementales combinados con dibujos de colores para pasar después al nivel de las lecturas primarias que se resolverían más tarde en el pasatiempo con los clásicos intemporales de los hermanos Grimm, de Swift y sobre todo con Perrault: El gato con botas, Blanca Nieves, La Cenicienta y otros para pasar en la adolescencia a lecturas de mayor formalidad con Julio Verne y sus contemporáneos y culminar el ciclo de la juventud con lecturas del clásico Asimov, entre otros, que sería la antesala de la lectura convencional para ingresar al universo de los libros serios de estudio y recreación que ya sería el nivel de sostenimiento cultural.

Pero en el ámbito general del producto editorial hay consternación por lo que se supone extinción del libro. Sin embargo, no todo parece perdido pues existe la esperanza de que pueda producirse un resurgimiento en el interés por el libro ante la expectativa de nuevas posibilidades en la producción de la industria editorial y ante el eventual abatimiento del lector exhausto de su exposición ante las pantallas fluorescentes que al final de cuentas, según observaciones científicas, puedan ser perniciosas para la salud visual.

La Quinta Pata

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