domingo, 12 de octubre de 2014

La mirada

Ricardo Nasif*

El 23 y 24 de setiembre se llevó a cabo, en la sede de la ONU en Nueva York, la Conferencia Mundial sobre los Pueblos indígenas. En ese marco la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) presentó un informe que muestra un aumento significativo de la población aborigen en América latina en los últimos años.

Mientras que en el año 2000 la población indígena era estimada por la CEPAL en 30 millones, este último estudio, en base a censos realizados en distintos países hasta el 2012, considera una nueva cifra de 45 millones. Es decir, un aumento de esa población de casi el 50%, en un poco más de una década.

Según estos registros, los indígenas representan el 8,3% de la población total de América latina, el 62% de la población de Bolivia, el 41% de Guatemala, el 15% de México, 24% de Perú y 2,4% de la Argentina.

Obviamente, no es que los aborígenes se hayan reproducido drásticamente sino que esta recuperación demográfica obedece fundamentalmente a un proceso de autoidentificación y visibilización de las comunidades originarias, que termina traduciéndose en los datos estatales.

Las variaciones muestran con crudeza que no basta la existencia material concreta para la existencia oficial en las estadísticas. La reversión del ninguneo de los pueblos originarios se viene logrando, en primer lugar, por la lucha de resistencia de las más de mil identidades comunitarias indígenas de América latina, que han pervivido a las invasiones, las matanzas, la explotación y los intentos continuos de exterminio de sus culturas y, en segundo lugar, por el cambio de perspectiva en la mirada de los sectores dominantes.

Por más de 500 años, desde que los invasores europeos pusieron un pie en nuestro continente, ha primado la mirada racista sobre los dueños de estas tierras y, desde esa visión eurocéntrica, se ha construido una realidad discursiva funcional a los intereses de los conquistadores.

Esa mirada contempló los elementos fundamentales de la justificación del exterminio genocida, primero por las espadas de los propios imperialistas españoles, portugueses, ingleses, franceses y demás bandas asesinas, luego por los fusiles Remington de las oligarquías liberales criollas.

Desde hace varios años en la Argentina hay investigadores que vienen poniendo en cuestión el relato de la ciencia hegemónica colonizada por el discurso racial, desde una mirada a contracorriente del “sentido común” académico.

En la Universidad Nacional de La Plata, en el año 2006, quince estudiantes conformaron el Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social (GUIAS). Este colectivo exigió a las autoridades del Museo de La Plata el retiro de la exhibición pública de unos diez mil restos humanos de pueblos originarios y la restitución de los cuerpos a las comunidades que los reclamaban, en cumplimiento de la Ley Nacional N° 25.517.

A pesar de las resistencias el GUIAS ganó la batalla. Se vaciaron las vitrinas de los restos mortales de nuestros hermanos y continuó el proceso de identificación y devolución a las comunidades.

La mayoría de los cadáveres de la “colección” son resultado de la masacre de la Patagonia, ejecutada bajo la conducción del Gral. Julio Argentino Roca a partir de 1879. Algunos indígenas fueron llevados vivos al museo por su fundador Francisco Pascasio Moreno -el famoso perito-, utilizados luego como peones de limpieza y, al morir, diseccionados sus cuerpos en los laboratorios de la Facultad de Medicina para que sus huesos, sus cerebros y sus pelos volvieran al museo, donde aún se conservan.

Los autodenominados conquistadores del desierto se adueñaron de las tierras de “nuestros paisanos los indios” –como los llamaba San Martín-, asesinaron a la gran mayoría de ellos y se sintieron, además, con el derecho de apropiarse hasta de sus propios cuerpos sin vida, considerándolos como parte del trofeo de guerra, botín, o patrimonio que se dispusieron a conservar para sí.

En una entrevista publicada por el portal de internet Analytica del Sur, Miguel Añon Suarez, miembro del GUIAS, señala que “…la colección originaria –del museo- empieza con mil cráneos que tenía Moreno, se acrecienta con trescientos que dona Estanislao Zeballos, continúa con la colección que agrega Ramón Lista, y luego con los que aporta otro gran coleccionista de restos humanos Carlos Spegazzini, un famoso botánico italiano que en Argentina tiene una impresionante “colección” de restos de hombres y mujeres de pueblos originarios, que son asesinados o fusilados por el ejército o la policía, a quienes él conoce vivos y después de muertos los lleva al Museo de La Plata”.

Además de poner en discusión el destino de los restos humanos en el museo, el colectivo GUIAS recuperó de los sótanos del edificio del bosque de La Plata decenas de fotografías tomadas a los aborígenes en distintas expediciones científicas de los investigadores del museo. Esas fotos reflejan el enfoque ideológico y científico de la época y, especialmente, un recorte del hondo sufrimiento en las miradas de los retratados. Una metáfora de la tan manida discusión de la relación entre el sujeto y su objeto. Dos visiones de la época: la del opresor que gatilla la cámara y la del oprimido en pose obligada.

Ángeles Andolfo, miembro de GUIAS, relata en la entrevista de Analytica del Sur que entre las fotos recuperadas en el museo se encuentran las de una niña de la comunidad Aché, quien, luego de la matanza de su familia en Paraguay en 1896, fue apropiada con tan sólo dos años por científicos del museo, quienes la llevaron a la ciudad de La Plata y la entregaron a la familia de Alejandro Korn (uno de los considerados inciadores del pensamiento filosófico en la Argentina).

Damiana -nombre que se le impuso a la niña en honor al santo del día de la matanza de su familia- fue criada como sirvienta de la familia Korn y luego entregada a una “casa de corrección”. El encargado de las colecciones de restos humanos del museo platense, Adolf Lehmann-Nitsche, se encargó de fotografiarla desnuda. Esas tomas fueron luego exhibidas en el museo.

En 1907 falleció Damiana producto de una tisis. Tenía 14 años. Su esqueleto fue descarnado y enviado a las colecciones del museo platense y su cabeza a un museo de Berlín.

Entre 2010 y 2012, el GUIAS logró la restitución del cuerpo y el cráneo de Damiana que hoy descansa en la comunidad Aché de Paraguay.

Un punto de partida, simbólico, real y esencial.

Otro camino, una nueva mirada.

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*Facebook del autor

La Quinta Pata

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