domingo, 29 de marzo de 2015

En Hebe mancillan el heroísmo de la mujer argentina contra la dictadura

Ramón Ábalo

Desde tiempos inmemoriales, la mujer siempre fue relegada a menesteres adecuados a los que se suponían correspondía a su inferioridad física e intelectual con respecto al hombre. Desde algunas vertientes, como la religión, aquello de que la mujer fue creada por Dios mediante una costilla del macho. La mujer-vientre solamente para la procreación. Pecado terrible cuando esa mujer-vientre tomaba conciencia y ejercía el derecho a la igualdad, aún a costa de su vida. Sor Juana Inés de la Cruz, entregada a Cristo, emparentaba a la mujer-vientre como derecho femenino y no como servicio de carnada. Mejicana (1651-1695), Sor Juana no era, en realidad, una devota religiosa, por lo que su ordenación lo fue, más que nada, con el deseo de no perder sus aficiones intelectuales (a los 3 años de edad ya sabía leer y escribir). Pero ese afán intelectual y su autointernación en un convento, el de las Carmelitas Descalzas, lo fue también para impedir que se la convirtiera, como a todas las mujeres, en una esclava sexual del hombre, en una mártir de la cocina y las tareas de la casa. Esa pasión por una igualdad humanitaria, de género, la volcó en una genial obra poética:

"Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis

Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén
¿Por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?"

El militarismo, el totalitarismo, se ejercen con fuertes rasgos machistas, de clase y sectarismo de género. Pocos casos en la historia contemporánea como excepción. Tal vez la única, la Dama de Hierro, la Margaret Thatcher, la que mandó hundir el Belgrano, y la muerte -asesinato- de más de 300 marinos argentinos, la mayoría jóvenes. Claro, hubieron mujeres que mandaron, políticamente poderosas, pero detrás del trono, como la Pampidou en la Francia pre revolucionaria.

Prácticamente después del golpe aquel del 24 de marzo del 76, aunque el drama colectivo del pueblo argentino ya venía de un par de años antes, las madres, las hermanas, las hijas, las esposas, rompieron la sumisión del hogar para transitar los cuarteles, las comisarias, los arzobispados, las cárceles, y todo espacio en que pudieran dar con sus detenidos-desaparecidos, con los o las secuestradas de sus hogares, en la calle, de sus lugares de trabajo, en el colegio o en la universidad. Primero pedían, pero de inmediato ello se convirtió en exigencia al comisario, al militar, al cura y al obispo, a la justicia, para que dieran razón de sus seres queridos. Desde siempre estuvieron acompañadas por el hombre, por algún abogado y sin pausas por los organismos de derechos humanos, los que, como la Liga Argentina por los Derechos del Hombre acudían con sus asistencia solidaria, los habeas corpus, los abogados.

Paulatinamente se fue afirmando lo que empezaba a ocurrir a menudo. O sea, que el hombre -padre, hermano, marido- recibían amenazas concretas en vez de una respuesta. Igual lo fue con el abogado, varios de ellos que se convirtieron también en víctimas. Lo fueron, aquí en Mendoza, Alfredo Guevara, Fuad Toum, detenidos en 1975 y lanzados al exilio; Héctor Chaves, y Haydée Fernández, detenidos durante toda la época de la dictadura: Ángel Bustelo, detenido; Eduardo Valverde, detenido en Córdoba en una unidad de la Aeronáutica, y desaparecido.

Las dolorosas experiencias cotidianas y frustrantes en la búsqueda de sus seres queridos, el requerimiento de respuestas a la justicia, las amenazas paulatinamente fueron señales para la construcción de una especie de táctica, y fue la decisión unánime de que, como ya se venía imponiendo, fueran las mujeres la avanzada cotidiana en esa búsqueda, en esos requerimientos, en esas exigencias de saber qué pasaba con sus seres queridos. Fue esa mujer, como decía Sor Inés, la mártir del hogar, de la cocina, la cosa sexual, la que adquirió la dimensión de algo más que heroína, porque cada jornada de la semana, del mes, de los años, la constante fue el enfrentamiento frontal con un enemigo sin límites en la represión, en la tortura, en el secuestro y la desaparición, en el asesinato. En el aniquilamiento de la esencia humana, física, mental, espiritual. Es decir, en el terrorismo de Estado. En ese sentido, contundente fue el informe de la Comisión Internacional de la Organización de los Estados Mericanos (OEA), en 1979/1980, después de haber comprobado "in situ" las aberraciones que estaba cometiendo la dictadura. Una carnicería. Un genocidio.

De esa carnadura física y moral de las miles de madres, esposas, hermanas, hijas, abuelas, es y sigue siendo Hebe de Bonafini, la titular nacional de Madres de Plaza de Mayo. Si el símbolo visible es el pañuelo blanco -aquel pañal de los hijos- es también acción y fortaleza, perseverancia, encabezando batallas contra los esbirros de la dictadura en esa histórica Plaza de Mayo, con cientos de madres más, con cientos de pañuelos-pañales blancos como banderas de una lucha inclaudicable, aunque el baluarte sea la propia vida.

La quema de una su figura en La Plata este pasado 24, fue para testimoniar el odio de clase y de vida que acecha a los argentinos. Aparece una agrupación autotitulada como HIJOS, la que protagonizó la tropelía, la que puso la jeta por aquellos, sus mandantes políticos e ideológicos. Pero hubo centenares de personas que contemplaron pasivamente el improperio, que se disculpan pero que se convierten en cómplices por lo que debieron hacer y no lo hicieron: haberlo impedido. Los coloca en el mismo nivel de los que sirvieron a los enemigos del pueblo argentino.

Nos indigna, pero no nos resigna a la pasividad y a las protestas. Al desagravio, que es la esencia de estas líneas. No nos resignemos. El escenario no es solamente un campo de batalla electoral. Que lo es en lo inmediato y es de trascendencia cívica. Si miramos a Venezuela, las señales que devienen del enemigo en nuestro entorno se asemejan: Después vienen por nosotros.

Querida Hebe, desde Mendoza, tierra libertaria, la de San Martín y O'Hggins, un saludo y un abrazo militantes. ¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!

La Quinta Pata

2 comentarios :

Teresa Oliveri dijo...

Muy buena la nota, concuerdo con ese pensamiento.

Pepe dijo...

Grande Negro! seguís marcando el rumbo mi viejo. Pepe

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